Habrá
que recordar a toda Venezuela que José Martí fue un infinito
bolivariano. Recogió las banderas de Bolívar, las alimentó, las
actualizó después de la caída de Bolívar y del proyecto
bolivariano. Por eso recuerdo aquel 17 de diciembre de 1982, allá en
la querida Maracay. estaba el Regimiento de Paracaidistas en
formación para conmemorar el día de la muerte de Bolívar, y se le
ocurre al coronel Manrique Maneiro, a quien llamábamos cariñosamente
el “Tigre Manrique”, decirme que pronuncie las palabras de ese
día. Éramos capitanes y como no escribí
discurso ni nada, me paro
frente al escuadrón,
todo el cuadro de oficiales, todas las tropas,
y me inspiré
en Martí aquel mediodía. Y repetí: “¡Pero
así está Bolívar
en el cielo de América, vigilante
y ceñudo, sentado aún en la
roca de crear, con
el inca al lado y el haz de banderas a los pies;
así está él, calzadas aún las botas de campaña,
porque lo que
él no dejó hecho, sin hacer está
hoy; porque Bolívar tiene que
hacer en América
todavía!” Eso lo escribió Martí.
Lo repetimos
aquel día, y ahí comenzó el discurso: “¿Cómo no va a tener
Bolívar que hacer en
América con tanta miseria, con tanta pobreza,
desigualdad?” Por
ahí me fui. Eso no está grabado, lamentablemente, ni lo escribí,
sólo que
tenemos en la memoria muchas cosas. Cuando
termino las
palabras había un frío expectante,
que paraba los huesos y los
pelos. Y dice un mayor: “Chávez, pareces un político”. Entonces
salta Felipe Acosta Carlez y le responde: “Mire, mi
mayor, ningún
político es el capitán Chávez, lo
que pasa es que así hablamos
los oficiales bolivarianos y ustedes se mean en los pantalones”.
Se armó una situación muy tensa. Estábamos ahí
todos, y recuerdo
que el coronel Manrique, buen
jefe, cuando vio que la situación se
ponía tensa
con
los capitanes por aquí, unos mayores por
acá, un teniente coronel
por allá, entonces mandó silencio y dijo: “¡Que esto no salga de
aquí!”.
Y agregó algo que no se lo creyó ni él mismo:
“Señores oficiales: todo lo que el capitán Chávez
ha dicho yo
lo asumo, porque como anoche le
dije que hablaría hoy, aunque no lo
escribió, me
lo dijo en mi oficina”. ¡Mentira!, ¡qué iba a
estar
yo diciendo nada! Ahí murió aquello, todos lo
asumieron
disciplinadamente.
Pero no murió, más bien ahí nació. Minutos
más tarde viene Acosta Carlez, nos invita a trotar.
Nos fuimos al
Samán de Güere y lanzamos el
juramento aquel. Esa misma tarde
nació el
Ejército Bolivariano Revolucionario. Éramos
cuatro:
Felipe Acosta Carlez, Jesús Urdaneta
Hernández, Raúl Isaías
Baduel y este humilde
servidor, sólo que era 1982. Diez años
después
vino la rebelión bolivariana del 4 de febrero,
parte de
todo ese proceso que brotó del fondo
de la tierra y de la historia
venezolana; todo eso de
Bolívar, de Martí. Y Bolívar, ¡setenta años
antes que Martí!,
lanzó la profecía, adivinó al
imperio. No se veía todavía, pero
él lo adivinó, como
el campesino cuando huele la lluvia más
allá del horizonte. “Huele
a lluvia”, decía mi
abuela Rosa Inés. Bolívar olió el
imperialismo.
Impresionante, sólo vamos a recordar la frase:
“Los
Estados Unidos de Norteamérica parecen
destinados por la
providencia para plagar la
América de miserias a nombre de la
libertad”.
Era 1826, ¡vaya qué genio el de Bolívar!, el
primer
gran antiimperialista, junto con Martí y
todos aquellos hombres.
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