jueves, 5 de marzo de 2015

FRAGMENTO CUENTOS DEL ARAÑERO-EL JURAMENTO.

     Habrá que recordar a toda Venezuela que José Martí fue un infinito bolivariano. Recogió las banderas de Bolívar, las alimentó, las actualizó después de la caída de Bolívar y del proyecto bolivariano. Por eso recuerdo aquel 17 de diciembre de 1982, allá en la querida Maracay. estaba el Regimiento de Paracaidistas en formación para conmemorar el día de la muerte de Bolívar, y se le ocurre al coronel Manrique Maneiro, a quien llamábamos cariñosamente el “Tigre Manrique”, decirme que pronuncie las palabras de ese día. Éramos capitanes y como no escribí discurso ni nada, me paro frente al escuadrón, todo el cuadro de oficiales, todas las tropas, y me inspiré en Martí aquel mediodía. Y repetí: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!” Eso lo escribió Martí. Lo repetimos aquel día, y ahí comenzó el discurso: “¿Cómo no va a tener Bolívar que hacer en América con tanta miseria, con tanta pobreza, desigualdad?” Por ahí me fui. Eso no está grabado, lamentablemente, ni lo escribí, sólo que tenemos en la memoria muchas cosas. Cuando termino las palabras había un frío expectante, que paraba los huesos y los pelos. Y dice un mayor: “Chávez, pareces un político”. Entonces salta Felipe Acosta Carlez y le responde: “Mire, mi mayor, ningún político es el capitán Chávez, lo que pasa es que así hablamos los oficiales bolivarianos y ustedes se mean en los pantalones”. Se armó una situación muy tensa. Estábamos ahí todos, y recuerdo que el coronel Manrique, buen jefe, cuando vio que la situación se ponía tensa
con los capitanes por aquí, unos mayores por acá, un teniente coronel por allá, entonces mandó silencio y dijo: “¡Que esto no salga de aquí!”. Y agregó algo que no se lo creyó ni él mismo: “Señores oficiales: todo lo que el capitán Chávez ha dicho yo lo asumo, porque como anoche le dije que hablaría hoy, aunque no lo escribió, me lo dijo en mi oficina”. ¡Mentira!, ¡qué iba a estar yo diciendo nada! Ahí murió aquello, todos lo asumieron disciplinadamente. Pero no murió, más bien ahí nació. Minutos más tarde viene Acosta Carlez, nos invita a trotar. Nos fuimos al Samán de Güere y lanzamos el juramento aquel. Esa misma tarde nació el Ejército Bolivariano Revolucionario. Éramos cuatro: Felipe Acosta Carlez, Jesús Urdaneta Hernández, Raúl Isaías Baduel y este humilde servidor, sólo que era 1982. Diez años después vino la rebelión bolivariana del 4 de febrero, parte de todo ese proceso que brotó del fondo de la tierra y de la historia venezolana; todo eso de Bolívar, de Martí. Y Bolívar, ¡setenta años antes que Martí!, lanzó la profecía, adivinó al imperio. No se veía todavía, pero él lo adivinó, como el campesino cuando huele la lluvia más allá del horizonte. “Huele a lluvia”, decía mi abuela Rosa Inés. Bolívar olió el imperialismo. Impresionante, sólo vamos a recordar la frase: “Los Estados Unidos de Norteamérica parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”. Era 1826, ¡vaya qué genio el de Bolívar!, el primer gran antiimperialista, junto con Martí y todos aquellos hombres.


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